miércoles, junio 06, 2007

El ansia de los colores

Porque soy pálida amo el rojo, el amarillo y el azul,
la gran blancura es melancólica como el crepúsculo
en la nieve,
como cuando la madre de Blancanieves a la ventana se sentaba
anhelando también para sí el rojo y el negro.
El ansia de los colores es el de la sangre. Si tienes sed
de belleza
cerrar debes los ojos y mirar en tu propio corazón.
Pero la belleza teme al día ya las miradas excesivas.
Pero la belleza no soporta el ruido ni los movimientos excesivos -
no debes llevar tu corazón hasta los labios,
perturbar no debemos los nobles anillos de la soledad y del silencio, -
¿se puede hallar algo más grande que un enigma sin resolver
y con extraños rasgos?
Taciturna seré toda mi vida,
una habladora es como el gárrulo arroyo que a sí mismo se traiciona,
un árbol solitario seré yo en la llanura,
los árboles del bosque perecen de ansia después de la tormenta,
debo estar sana de pies a cabeza y tener dorados rayos en la sangre,
debo ser inocente y pura como una llama de húmedos labios.

Edith Södergran

sábado, junio 02, 2007

Terminal de O.

El pequeño demonio,
encorvado,
flaco y harapiento,
con los ojos inyectados de thinner
y la mirada perdida
en laberintos únicos,
propios e irrepetibles.
El pequeño demonio,
andrajoso y repugnante,
salt?de su pedazo de infierno
en la acera
para aterrizar frente a un par de zapatos,
(Nike,
para más señas)
¡Que asco!
¡Que horror!
¡me ha tocado el tacón de mi zapato?
El pequeño demonio
no conoce más gracia que ésa.
No sabe ladrar como el perrito,
ni cantar como sirena,
no entiende de buenos modales,
esas cosas no se aprenden en la acera,
y tiene hambre…
Un hambre que ha tenido
desde que recuerda,
y tiene frío,
tanto que le ha congelado la horchata
de las venas
y tiene un odio tan grande,
que no le cabe en los huesos,
que no le cabe en las manos,
que no le cabe en la acera…

Entonces el vapor dorado,
como la mano de un Dios que no conoce,
le quita el hambre y el frío,
le convierte en palacio la dura acera,
le da cinco minutos de alas
y un año menos de espera.
El pequeño demonio,
¡asqueante repulsivo andrajoso!
¡piojoso enfermo alucinado!
¡muerto de hambre!
con la cuchilla en la mano
(antitesis de todo bien nacido ser humano)
nos hace voltear la cara,
nos revuelve el estomago
nos hace pensar en veneno para ratas.

Ese maldito pequeño demonio
con su pedazo de infierno a las espaldas
no ha llegado a los quince años
y ya conoce el fondo de la vida
y está solo
en el universo llameante
de la esquina.

Aída Elena Parraga